El Burro

El Burro

Había una vez un rey y una reina, eran muy ricos aunque no eran felices porque no tenían hijos. Por fin, la reina quedó embarazada pero el bebé no tenía forma de persona sino de burro; cuando la reina lo vio empezó a llorar, quería abandonarlo mas el rey dijo que no.

Dijo el rey: “No, es mi hijo y un día después de mi muerte será el rey”.

El burro creció con sus padres, sus orejas crecieron también hasta que eran muy grandes y largas, siempre estaba muy alegre y le interesaba mucho la música.

Un día, conoció a un famoso instrumentista, el burro le dijo: “Enséñame a tocar el laúd tan bien como tú”.

El músico le respondió: “No puedo porque tus dedos son demasiado grandes, romperás las cuerdas del laúd”.

Pero el burro no escuchó, estudió y practicó todos los días hasta que podía tocar el laúd tan bien como el músico.

Otro día, el burro salió a pasear; llegó a una fuente y al mirarse su figura en el agua, se enfadó y se marchó con un fiel compañero. Después de andar mucho tiempo, llegaron al país de un rey muy viejo y su hija, una princesa muy bonita.

El burro llamó a la puerta pero nadie la abrió, así que se sentó, sacó su laúd y empezó a tocarlo. El portero lo vio y fue corriendo hacia el rey, le dijo: “¡Afuera hay un burro tocando el laúd como el mejor de los maestros!”

“Que entre el músico” le ordenó el rey, pero todo el mundo empezó a reír cuando vieron al burro.

El burro exclamó: “¡Soy noble!”

“En este caso vete con los soldados” le dijeron.

“No” contestó el burro, “quiero sentarme al lado del rey”.

El rey sonrió y dijo: “Ven aquí burro, siéntate a mi lado. Burro, ¿qué piensas de mi hija?”

El burro le dijo: “Es muy hermosa, nunca he visto a una chica así”.

“Siéntate cerca de ella” dijo el rey.

El burro se sentó al lado de la princesa, comió y bebió elegantemente con todo el mundo. Después de un rato, decidió tristemente que tenía que salir, se puso triste.

“¿Qué te pasa burro?” Dijo el rey. “Pareces muy triste. ¿Qué quieres? ¿Oro? ¿Joyas? ¿La mitad de mi reino?”

“¡Ay, no!” Dijo el burro.

“¿Quieres casarte con mi hija?” Preguntó el rey.

“¡Oh, sí! ¡Me gustaría!” Respondió el burro y se puso muy alegre.

El burro y la princesa se casaron. Por la noche fueron a su habitación, el rey quería saber si el burro se portaría bien así que mandó a un criado a que se escondiera en esta. Después de que la pareja entró, el novio se quitó la piel de burro, transformándose en un joven muy guapo. “Ahora puedes ver quién soy” le dijo a la princesa. La princesa se puso muy contenta y lo besó entusiasmada.

Al amanecer, el novio se puso la piel de burro otra vez y se presentaron al rey.

“¡Caramba!” Exclamó el rey. “Sé que estás muy contento burro”. Después le dijo a su hija: “Pero tú debes estar muy triste, ¿no?”

“¡No padre! Quiero mucho a mi esposo y lo querré para siempre” respondió la princesa.

El rey se sorprendió pero el criado que se había escondido en la habitación de los novios le dijo todo. “No puede ser posible” dijo el rey.

“Entre usted en su habitación esta noche para que pueda ver con sus propios ojos” recomendó el criado. “Usted puede quitarle la piel y quemarla en el fuego para que el novio se presente en su verdadera figura”.

Por la noche, el rey entró en la habitación de estos dos y vio al joven dormido con la piel de burro en el suelo, la cogió, se salió y la quemó. Al despertarse, el novio buscó la piel y cuando no la encontró, se puso muy triste; “tengo que huir” pensó.

Más aún el rey estaba a la salida y le dijo al joven: “Hijo mío, ¿adónde vas? No necesitas salir, yo te daré la mitad de mi reino y todo después de mi muerte”.

“Vale, me quedo con usted” le dijo.

El rey le dio a él la mitad de su reino y, un año más tarde, murió y este recibió la otra mitad. Después de la muerte de su padre, el joven era rey de su reino también. Entonces, el joven y la princesa eran muy ricos con sus dos reinos.