El Rey Midas
Había una vez un rey muy bueno que se llamaba Midas. Sólo tenía un defecto: él quería tener para él todo el oro del mundo.
Un día el rey Midas le hizo un favor a Dios. Midas le construyó una iglesia. Al ver eso, Dios se sintió agradecido.
Dios le dijo:
–Lo que me pidas, te concederé. Lo que me pidas, yo te doy.
Le contestó Midas:
— Quiero que se convierta en oro todo lo que toque.
Al escuchar eso, Dios le dijo a Midas:
— ¡Qué deseo más tonto, Midas! Eso puede traerte problemas, Piénsalo, Midas, piénsalo.
Midas le respondió:
–Eso es lo único que quiero.
Dios le dijo:
-Así sea, pues.
El día siguiente, fueron convirtiéndose en oro los vestidos que llevaba Midas, una rama que tocó, las puertas de su casa.
Al ver esto, Midas comenzó a preocuparse. Midas le pidió comida a sus sirvientes:
¡Tráiganme un pollo asado!
Cuando se lo trajeron, Midas lo tocó, y se volvió en oro. ¡Midas no pudo comerlo! Luego, Midas les pidió a sus sirvientes:
¡Tráiganme mi perro, para que le de una caminata!
Cuando se lo trajeron, Midas quiso tocarlo. Cuando lo hizo, su perro se volvió en oro.
Entonces Midas no aguantó más. Salió corriendo espantado en busca de Dios.
Le dijo Dios:
— Te lo dije, Midas te lo dije. Pero ahora no puedo librarte del don que te di. Ve al río y métete al agua. Si al salir del río no eres libre, ya no tendrás remedio.
Midas corrió hasta el río y se hundió en sus aguas. Así estuvo un buen rato. Luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas. No se convirtieron en oro.
¡Midas era libre! Desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió tranquilo como el campesino más humilde.
FIN
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